jueves, 17 de junio de 2010

Me fui como para no volver - Graciela Cristina Strañák


Me fui como para no volver. Como se fue ella sin consultarme. De un día para el otro. Se cansó, dijeron los médicos. Yo no entendía nada, sólo sentía ese dolor profundo que deja la visión de un futuro en soledad. ¡Cómo olvidarse de respirar! Con lo puro que era el aire del valle. Cómo cerrar los ojos para no abrirlos, si las montañas tenían siempre un verde esmeraldino especial. ¿Por qué no seguir respirando el aroma a jarrilla y poleo en los amaneceres húmedos de rocío?
Es chico y se va a olvidar, decían las ancianas del lugar...
Cómo pretender olvido si cada mañana despertaba con el olorcito a pan casero, y desayunaba pan de miel con arrope de uva, y una jarrita grande enlozada, llena de un humeante mate cocido que esas huesudas manos habían preparado desde temprano. ¿Porque soy un niño tengo que olvidar?
¡Cómo decirle al dedo gordo del pie derecho que no me agujeree la media de lana de llama, porque nadie me la va a zurcir y yo no sé! Soy chico; y este nudo que intento hacer una y mil veces, y no me sale, y me enojo, y me peleo con los cordones de las zapatillas, y las lágrimas por la impotencia corren por mi mejilla rosada, me salen los mocos de la nariz y escupo en el suelo tanta bronca.
“Los nenes no lloran”... siento detrás de mí. Me doy vuelta rápido, preparando el puño para estrellarlo en la cara de quién lo dijo. ¡Pero salió corriendo el muy cobarde!
Yo soy nene, lloro la ausencia de esa figura que me hacía sentar de prepo en la silla de algarrobo, abría un libro y a leer en voz alta... y yo, haciéndome el pícaro, la miraba entre líneas cómo planchaba el alto de ropa...
“¡Más fuerte que no te oigo!”...Y a empezar de nuevo, a leer la historia de ese tigre de la selva formoseña.
Hoy leo a gritos, o muy bajo que casi ni me oigo, y nada...
Ella no está, ni cerca ni lejos, ni arriba en el cielo ni en ningún lado, como quisieron convencerme. No está, se fue, no me preguntó si yo quería que la acompañe; como cuando se iba hasta el camino de la Cuesta a vender el blanco quesillo de cabra.
¿Y ahora?... ¡ahora me voy yo!
¿Quién necesita de un niño que no sabe atarse sólo los cordones de las zapatillas? ¿Y ni zurcir el siete que se hizo en el pantalón azul?
Tengo todo pensado, a la noche, cuando la luna se asome arriba en el cerro, pondré en la canasta pan casero, arrope, y quesillo. El pantalón de los domingos, y la camisa a cuadros azules. Los zapatos para ir al colegio y el pulóver peludito marrón, por si hace frío alguna noche. Y al amanecer sin que nadie me oiga me voy para la cuesta. Allí algún turista me llevará hasta algún lado, ¡total!... por lo que me importa del lugar.
Me levanto temprano, agarro la canasta y salgo sin preguntar. Como ella cuando me dejó. Salto el portón, y camino por la ruta. No hay nadie, ni un auto se cruza. Llego a la cuesta, acomodo mi cola en una piedra y la canasta al lado. Veo bajar un hombre a caballo.
—¿Qué haces sólo acá nene? —Y las lágrimas traicioneras salen de mis ojos y corren por mis mejillas—. ¡Tienes un dolor muy grande para tantas lágrimas!
Me las seco con el puño de la camisa, quiero sonarme la nariz, busco el pañuelo y veo que me olvidé de traer uno. ¡Ni para escapar sirvo! Si al final ella tenía razón...
—Sos muy chico para estar sólo —me dice el hombre ¿Por qué no se lo dijeron a ella así no me dejaba?
Alguien me nombra a los lejos, con un grito lastimoso, abre los brazos, llega hasta mí, me abraza fuerte; siento que me ahoga. Otra vez las lágrimas...
—¿Qué té pasa? ¿Te volviste loco?... ¡Nosotros te necesitamos ahora!
—¿A mí? ¿A un niño?
—¡Sí, a un niño!
Mi perro salta sobre mí, y casi me hace caer para atrás; pasa por mi cara su lengua áspera. Qué tonto, me olvidé de él, no le pregunté si me quería acompañar. Y de pronto recuerdo que tengo que ordeñar la cabra, y cortar la alfalfa para los conejos, abrir la compuerta de la acequia para regar el membrillar y los viñedos, llevar los patos al estanque, darle maíz a las gallinas y ver si hay algún huevo en el gallinero; recoger moras antes que sople el fuerte viento norte y las tire al suelo.
Tengo mucho que hacer y soy un niño. Sólo un niño solo.
Cuando llegue a la casa le voy a armar una cruz con madera de palo verde, y lo voy a poner justo en la punta del montón de tierra, aunque no me guste ir al cementerio.
Ella se fue y no me preguntó si quería que la acompañe. Pero no importa. Me verán todas las tardes con mi libro bajo el brazo y mi perro al lado rumbo al cementerio. Me sentaré frente a ese montoncito y leeré en voz alta la historia del tigre de Formosa y una brisa suave me acariciará el rostro... ¡Será ella!. ¡Yo sé que será ella! ¿Qué saben los mayores de mi soledad de niño?... ¿Quién se imagina del pacto que haré sobre su tumba?, el que me ayudara a seguir adelante... mientras mi perro bajará la cabeza. Él sí entiende de soledades y abandonos. Yo soy un niño, y aprenderé a ser hombre en la soledad de mis días.

No hay comentarios.: