lunes, 21 de junio de 2010

Los hechos en el caso de mi brazo izquierdo - Daniel Frini


No sé porqué lo hizo.
Yo estaba muy cansado después de un día particularmente difícil. Llegue a casa; puse, a medio volumen, la versión de Rachmaninoff de la Marcha Turca de Mozart, me serví un vaso con dos medidas de whisky y dos cubitos de hielo, me quité el saco y la corbata, desabroché el primer botón de mi camisa, me deshice de mis zapatos y me recosté en el sillón de la sala, como hago todos los días. Y como me pasa todos los días, un sorbo después me dormí.
Supongo que al llegar de su trabajo, ella me encontró con el brazo izquierdo bajo el cuerpo —vieja costumbre mía— y, a sabiendas de que en esa posición le quito la circulación y después estoy más de una hora refregando un brazo casi muerto; decidió aplicar sus escasos conocimientos sobre mesmerismo, (obtenidos, con certificado, en algún portal de mala muerte en la web) e hipnotizarlo cual si fuera el Señor Valdemar.
Hace tres meses que mi brazo piensa por si solo. Entre otras cosas, le pega coscorrones a los pelados cuando viajo en subte, le toca el trasero (casi digo culo) a las damas, roba billeteras de los bolsillos y monedas de los sombreros de los indigentes y me rasca en la zona inglinal cuando hago la cola en el banco.
Ya no sé cómo pedir disculpas. Lo peor es que no me animo a despertarlo, no vaya a ser que degenere instantáneamente en una masa casi líquida de odiosa y repugnante descomposición.

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