martes, 15 de junio de 2010

Fondos - Rita Zanola


El refugio está a unos trescientos kilómetros del sitio poblado más cercano. Estamos aquí  desde que se inició la invasión, hace dos semanas, y los alimentos empiezan a escasear. El último estallido se pudo escuchar tres días atrás. Después, el silencio mortal. Sospechamos que la destrucción ha sido total, porque las comunicaciones se cortaron horas después. En este lugar somos siete personas, no nos conocemos y ya casi ni hablamos. Cada minuto que pasa ensombrece más las miradas. Una de las mujeres permanece callada y acurrucada cerca de una ventana mirando fijamente hacia el exterior. Quizá espere la llegada de algún avión de rescate, pero la tarde se acerca y las esperanzas se alejan.
De pronto, un zumbido cada vez más fuerte rompe el silencio que nos encarcela hace días. La mujer callada se levanta rápidamente y sale. Tratamos de detenerla, afuera los gases de las detonaciones podrían ser mortales. Pero ella ha divisado un avión y no nos hace caso... sólo corre.
Los demás nos asomamos con cuidado y observamos ansiosos la nave plateada que ha descendido en medio del desierto, enmarcada por el humo lejano de las explosiones. El silencio reina otra vez. De la nave baja una mujer muy alta y rubia. Está sola y no parece, por su expresión fría y calma, pertenecer a algún equipo de rescate. La mujer que estaba con nosotros en el refugio se le aproxima confiada y no deja de sonreír. Comienza a hablar y a hacer gestos, pero no podemos entender y no nos animamos a acercarnos más.
Las dos mujeres suben al avión y recogen instrumentos, cajas y sogas. Respiramos aliviados, seguramente se trata de provisiones y herramientas. Entonces entramos al refugio y aguardamos. Ellas nos ignoran por completo y se disponen a trabajar en la parte de atrás de la edificación triangular. No alcanzamos a ver qué hacen, pero suponemos que están preparando nuestra partida hacia un lugar más seguro, tal vez los sobrevivientes estén concentrándose en algún sitio más grande o algo así. Las comunicaciones por radio se cortaron con el último estallido y nada sabemos acerca de la invasión o de las tareas de rescate. Estamos exhaustos y dejamos de preocuparnos. Es extraño que no nos hablen ni nos pidan ayuda, pero nos vence el cansancio y no prestamos demasiada atención a los sucesos.
Al anochecer, vuelven con nosotros. La mujer callada se ha cambiado la ropa y ahora luce un traje entero y plateado, como el de la mujer del avión. Ésta se recuesta nerviosa en una mesa y le dice a la otra.
Necesitaré sangre. Nuestra compañera la tranquiliza y le explica que en la heladera hay mucha sangre. Pienso si estará enferma: quizás necesita una transfusión, cosa que parece bastante absurda. Los otros permanecen expectantes y no se atreven a hablar. 
Una chica muy joven me aconseja que me aleje, que no escuche nada- Son peligrosasdice. Empiezo a temer...
Tres de nosotros caminamos lentamente hacia la parte trasera en donde estuvieron trabajando hace unas horas. Un laberinto de cables y maderas incomprensible se levanta ante nosotros, desafiante. Entre la maraña surge el rostro desencajado y pálido de un hombre. Está atado de pies a cabeza y gime horrorosamente. Los cables, gruesos y transparentes, están enrojecidos por el conocido líquido que circula por su interior. Se trata de uno de los refugiados. Seguramente su sangre va a servir de alimento a la mujer del avión.
Apenas entendemos la situación sabemos que es inútil tratar de huir. El refugio está en el medio de la nada, entre gases tóxicos y restos de explosiones devastadoras. Es casi seguro que no hay más refugios habitados y el poblado más cercano queda demasiado lejos. Además es probable que también haya sido destruido. La única posibilidad es apoderarnos de la nave sin que ellas nos vean.
Nos desplazamos sin despegarnos de la pared hasta el lugar en el cual está la nave y nos introducimos rápidamente en su interior. La chica joven toma los comandos desesperadamente. Debemos escapar antes de que adviertan nuestra ausencia en el interior del refugio. No podemos despegar pero al menos podremos movernos por la tierra. El ruido es ensordecedor.
Mientras ella trata de dominar el avión, que avanza en zigzag por el terreno irregular y polvoriento, yo investigo el aparato. Hay varias cajas con comida y medicamentos. Abro con dificultad una puerta sellada. Mis ojos no pueden creer lo que ven. Dentro de un pequeño espacio refrigerado hay dos cadáveres extremadamente pálidos. Por sus ropas deduzco que pertenecen a los verdaderos tripulantes del avión de rescate. Han sido totalmente desangrados. La mujer alta...
Corro hacia la cabina de mando, pero una sombra interrumpe mis pasos. Huele a sangre fresca. El ruido de los motores ha cesado. A sus espaldas veo el cuerpo de la chica que es arrastrado por dos brazos fuertes y plateados. Los otros no están. Me acerco. No veo quién se la lleva. No veo de quién son las manos que aprisionan mi cuello cada vez más fuerte... La mujer alta...

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