jueves, 3 de septiembre de 2009

Misterio balístico - Héctor Ranea


Cuando se mira en detalle, cada asesinato por medio de disparos de balas encuentra soluciones en términos de balística, las cuales llevan, eventualmente, a perfilar al asesino. En efecto, al menos en principio, es posible aseverar cuestiones importantes para determinar características del homicida. En el caso que nos ocupa ahora, el fatal atentado que sufriera un conocido político en campaña, que todos ustedes recordarán, está seriamente inmerso en el misterio. Los mejores peritos balísticos del mundo fueron reunidos para establecer con precisión micrométrica la trayectoria de la bala dentro del cuerpo del infortunado occiso, junto, claro está, a lo más granado de la medicina forense y sus auxiliares, tales como peritos tomógrafos, perito en Resonancia Magnética Nuclear y hasta peritos en detección de trazas de metal, para identificar por todos los medios al alcance de la tecnología, cómo se abriera paso esa bala, si es que la hubo. Porque hasta eso se pone en duda, ya que cien intachables agentes fueron comisionados a encontrar el proyectil y nunca fue encontrado, como tampoco se lo halló en el cadáver. La inexistencia de la bala hizo pensar en una armada con hielo de agua o con hielo de dióxido de carbono, pero ambas hipótesis fueron prontamente descartadas por considerárselas ridículas. Además, la pregunta clave era: ¿Quién querría cometer magnicidio sin que se enterasen de que lo fue a menos que su composición tuviera grandes posibilidades de delatar al bandido? Comenzaron la misma noche del atentado, revisando por todos los medios el orificio de ingreso en el cuerpo. La oreja izquierda. Se realizó el análisis de la trayectoria y, si bien seguía un segmento de recta hasta la epiglotis, ahí rebotaba perforando el callo cerebral partiéndolo en tres trozos grandes con vestigios de otros menores debidos a los daños del palatino. Pero no se detenía ahí, pues rebotaba inexplicablemente en la pía dura desde adentro y atravesaba la masa encefálica hacia abajo, perforando otra vez los huesos del maxilar superior metiéndose en la tráquea, llegando a los bronquios, en los que depositaba trozos minúsculos del hioides, sin detenerse, ya que rompía al hígado y rebotaba en una costilla para llegar al testículo derecho y terminar la carrera dañando mínimamente el escroto desde adentro. No había orificio de salida. El tomógrafo no dejaba lugar a dudas. Los científicos convocados no salían de su asombro, ya que la energía demostrada era enorme y, sin embargo, la bala no podía atravesar superficies frágiles como la membrana del cráneo o los mismos bronquios. En la oreja, por ser el lugar donde debe perforar, la bala habría dejado trazas de algún material, por lo que los peritos en Laser Induced Breakdown Spectroscopy, en el que un láser generaba un plasma que contenía iones de los materiales que estaban en la superficie, fueron los primeros en intentar un análisis multiespectral. El resultado dio un sorprendente exceso de Erbio, Estroncio e Iridio, respecto del fondo. Al dar estos resultados, todos se quedaron de una pieza, pasmados. Sólo había un arma que podría haber sido usada, pero casi todos los expertos, en su fuero interno, pensaron que era imposible. Un científico viejo, un Premio Nobel, dijo categóricamente: -Vámonos, señores, acá no hubo magnicidio. Fue un micrometeorito. Más tranquilos, comenzaron a despejar la sala de autopsias. Cuando estaban enfrentados a los periodistas sostenían una forzada sonrisa, hasta que el Intendente y el delegado del fiscal de la ciudad cayeron muertos y los primeros exámenes fueron contundentes: Habían muerto los dos de la misma manera que el anterior político. Ahí sí hubo un poco de pánico en todos los rostros. Son extraños los terráqueos.

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