domingo, 13 de septiembre de 2009

Ciegos levitando en el andén del subterráneo – Héctor Ranea



En la estación de la Plaza Carlos había dos ciegos que ejecutaban las milenarias artes dedicadas a la levitación o las derivadas de ellas. Todas las veces que tuve que pasar por ahí tarde o temprano lo hacían. Forzados por su voluntad o en contra de ella.
Como todos saben, la levitación es la manifestación de la fuerza que hace que el universo se expanda en forma tan acelerada, que terminará violentamente en un desgarrón tan violento como para hacer que en un electrón una parte no reconozca a otra de sí mismo convirtiéndose en partículas de nada acelerándose hacia el vacío ya sin identidad.
Estos ciegos parecían dominar esas fuerzas tan agresivas y flotaban en el aire, ictéricos y exoftálmicos, haciendo las delicias de los niños y la angustia (por qué no terror) de los padres.
Es que estos señores flotaban, literalmente, en el aire, sostenidos por nada o, si se los observaba con detenimiento, se podía decir que eran sostenidos por una tenue luz como la de San Telmo, azulados hilos que como una corona parecían rodearlos por todo el cuerpo. Pero no era seguro que fuese ésa la manifestación de la fuerza que los sostenía o era ella la que provocaba en el aire esa luminiscencia.
Habiéndolos observado muchas veces, me sorprendía que no fueran estudio de científicos más serios ya que, como no parecían hacerlo para engañar o para conseguir mejores propinas, eran convincentes a la vez que consistentemente creíbles.
En general flotaban con sus pies horizontales, las manos con los dedos extendidos y los índices en posición de la numeración bizantina del uno y único.
Nunca llegué a saber, pues mis observaciones fueron demasiado escasas para ello, si la música que ejecutaban era para inspirarles el control de esa fuerza que los hacía levitar o si esa música era producto de la animación feérica que se desataba cada vez que lograban levitar.
Algunas veces yo estaba ahí antes de que pusieran el acto en función. Como suele suceder en esa parte del mundo, los ciegos estaban en posición de penitentes para conseguir unas monedas. Sus rodillas extremadamente flexionadas tal que el muslo les quedaba apoyado a lo largo de los gemelos; el cuerpo curvado contra el piso, la frente contra el mismo, los brazos con los codos apoyados y la escudilla con las monedas conseguidas contra la cabeza, sostenidos por las manos en una situación contranatural que hacía doler mis coyunturas.
Se comprende que para los donantes era necesaria una postura semejante para largar una moneda por eso estaban así los ciegos hasta que, de repente, comenzaba su acto de liberación de la gravedad. Entonces el aire se tensaba para sostenerlos por encima de las cabezas de los usuarios del subte. El aire repleto de ozono y de gases mal quemados parecía refrescarse con perfumes de primavera aún en ese verano tórrido y podía oírse la lluvia mientras los ciegos bailaban con lentitud pasmosa algo que no era una danza pero los mantenía vivos tan por encima de las cabezas de la gente que algunos ni cuenta se daban de su existencia extraordinaria.
Durante sus actos de vandalismo gravitacional nunca vi que nadie les dejara a esta pareja de ciegos ni una moneda de cobre.

6 comentarios:

Javier López dijo...

Pero por dios Ogui, qué crueldad es esa? Después de tanto número circense, ni una sola moneda?
No puede ser, creo que el cuento debe tener algún doble sentido. Investigaré!

Ogui dijo...

nadie los ve... quiénes son los ciegos, Javi?

Oriana P. S. dijo...

Tal cual, Don Ranea. Los ciegos son otros.
Yo también he visto a los penitentes a los que usted se refiere, en el mismo lugar. También reaccioné fuertemente ante la forma y el fondo. Pero mi ojo no tan clínico no los vio levitar. Quizá pasé un poco rápido. Me volví ciega yo también, lamentablemente.

Javier López dijo...

Si nadie los ve, los ciegos somos nosotros, ante las miserias de otros seres humanos.
Oriana me explicó algo sobre esas posturas de los mendigos en el metro de Praga... quizá esta experiencia levitatoria esté relacionada con su viaje a Europa, y su capacidad de ver algo donde los demás no vemos nada.
Extraordinaria su percepción, don Héctor.

Nanim Rekacz dijo...

Se ha comprobado que el deseo de no desembarazarse de monedas es causal determinante de ceguera incompasiva.

Ogui dijo...

Posiblemente el primero en verlos fue Egon Schiele... y yo sólo miro como en un palimpsesto...