sábado, 25 de julio de 2009

¡Qué bien suena Guerolito! - Leandro Javier Oyola


No sé de qué eran esas pastillitas que me diste. En la gira no hubo ninguna de esas. Rockler no eran. DRF tampoco. Pero qué bien que se escuchaba la música después de saborearlas. Guerolito de Beck sonaba muchos más loco de lo que suena normalmente. Me quedé sentado sin saber qué hacer. Vos hablabas de lo bien que te hacía el feriado, de lo bien que te hacía no hacer nada, lejos de esos pacientes que tenían problemas psicológicos de todo tipo y que dos por tres te llamaban a cualquier hora para que les regales la oreja por cinco minutos como mínimo.

Pero ahora, mientras sonaba Guerolito y el gato me acariciaba de pasada la pierna izquierda, me decías que estabas contenta porque durante toda la tarde íbamos a poder hacer lo que queríamos. ¿Lo que queremos? Le pregunté. ¿O lo que vos querés? Sí, mejor lo que yo quiero, me respondiste, y yo sentí que de todos modos siempre hacíamos lo que vos querías, cuando y como vos lo querías. Mi único poder era irme o no llegar. Lo demás no lo disponía y la verdad ni me interesaba. Además, en el estado en el que me había dejado esa pasta no podía ni caminar. El gato estaba cada vez más insoportable y mi cabeza parecía la de un derviche girador.

Dame un beso, me dijiste, y cuando me quise acordar estabas con tu ojos casi adentro de mi mente, como una telépata intrusa obsesionada conmigo. Yo, un pibe común que no sé cómo, justo pasaba por ahí y a la media hora, sentado en ese sillón de cuerina, ni se acordaba como se llamaba. ¿Éste soy yo?, pensé.

Dejáte de joder. Vos sabés que lo nuestro es la charla, tomar mate, leer algo. Lo nuestro es la ingenuidad, dejar que pase el tiempo, pero con la distancia de los que aún se pueden escuchar sin tener intereses en común, le dije.

¿A qué se debe ese beso?, le pregunté. Yo que sé, me dijo. No hago las cosas que hago sabiendo por qué las hago. Las hago y listo. ¿Acaso no te gustó?

Mirá, en este momento no me puedo ni mover... no creo que llegue muy lejos con vos.

Siempre te quise, me dijo mirándome ahora con una seriedad que no aceptaría la risa que comenzaba a escaparse de mí.

¡Gato de mierda!!! Grité como para disimular y le pegué una patada en la quijada, como para desviar el foco de atención. Si el gato se desmayaba el tema del amor iba a quedar relegado. Incluso, si el gato quedaba lastimado, puede que no me considerara digno y cambiara de deseos hacia mi. Si me odia, mejor, pensé, y antes de que el gato pudiera recuperarse lo pisé como sin querer.

Hizo silencio y me miró a mí y luego al gato. Yo disfrutaba un poco, debo decir verdad. No podía ni moverme, pero cuando me dijo que me quería, mi instinto de supervivencia vino de lo más profundo de mi y la ligó el gato, que no tenía nada que ver. Me vino al pelo ese gato blanquito, que ni sabía lo que estaba sucediendo entre nosotros. Después de todo ellos son bastante insoportables cuando a las tres de la mañana arman unos despelotes bárbaros con aullidos que parecen asesinatos terribles y crueles.

No alcanzó a decir nada. Seguía mirando al gato que se fue corriendo a la pieza.

Ahora el que la besaba era yo y le decía chau, me voy a quedar a dormir porque no doy más. ¡Disculpame por lo de gato!

Extraído con autorización de: http://leocarpediem.blogspot.com/

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