jueves, 29 de enero de 2009

Las manzanas podridas - Jorge X. Antares


Las endiosadas madres miraron con malentendida condescendencia y profundo desprecio al niño de siete años que salía del colegio con una sonrisa pura en sus labios. 
—Es malo. Incita a los demás a jugar en vez de hacer los deberes —se decían entre cuchicheos.
—No es normal. Habla de universos paralelos, agujeros de gusano y demás cosas extrañas que nadie entiende. No habla de los jugadores de fútbol. Seguro que es retrasado —murmuraba una sabia madre que dedicaba las mañanas a ver programas del corazón.
—No podemos permitir que esa manzana podrida contamine a nuestros hijos. Tenemos que ignorarle. A él y a sus padres —aseveró otra señora que se vanagloriaba de tener grandes principios morales. Su segunda al mando, una pequeña mujer rémora, asentía con imbécil criterio prestado. 
Y así lo hicieron, cargados con la gran razón que tiene la masa cuando alguien se sale del redil.
Fue una labor concienzuda y sistemática. La piadosa comunidad sabía como hacerla. Cuando se invitaba a los niños a los cumpleaños, el pequeño de siete años siempre esperaba una invitación que nunca llegaba. Sus padres saludaban al resto de las madres y éstas nunca devolvían el saludo. Cuando las mamitas repartían golosinas en las filas de entrada al colegio siempre se saltaban al chaval de manera evidente. 
Pasó el tiempo y el niño y sus padres aprendieron a vivir con el continuo desprecio de sus vecinos. 
Un día, los Ngels de una dimensión paralela vinieron para llevarse al pequeño y a su familia al planeta Paraíso y proporcionarle todos los bienestares propios del príncipe en el exilio que era. Los emisarios le preguntaron a quÉ habitantes invitaría a su planeta para la gran fiesta de la coronación.
El niño sabía la respuesta, no en vano era un príncipe. La contestación estuvo a su altura... 

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