miércoles, 22 de octubre de 2008

Bebé - Santiago Eximeno


Bebé era feliz. 
Siempre había sido así.
Para Mamá sólo existía Bebé, y así se lo demostraba día tras día. Le despertaba con un suave beso en la frente. Se sentaba a su lado y le daba de comer, cucharada a cucharada, los purés que con cariño había preparado durante la mañana. Siempre con una sonrisa en el rostro, sin impacientarse, aunque Bebé jugara con la comida, aunque se comportara mal. Cuando Bebé terminaba le limpiaba la boca con dulzura, recogía los platos y volvía con el chupete —el más bonito, de color marfil y con pequeños dibujos de animales en su base— y los juguetes, para que se entretuviera.
A veces Bebé ensuciaba los pañales. Mamá arrugaba la nariz, sonreía y, con celeridad, se agenciaba un barreño con agua y jabón para limpiarlo convenientemente y cambiarlo. La incomodidad que embargaba a Bebé la combatía Mamá con su perenne sonrisa, con su alegría, y lograba convertir aquel momento bochornoso en un juego para ambos. 
Por las noches Mamá acostaba a Bebé en su cama, en su cuarto de paredes azules y elefantes sonrientes y nubes blancas de algodón, le daba un beso en la frente y le deseaba buenas noches. Bebé sonreía, movía sus manos solicitando un abrazo que siempre llegaba y, cuando Mamá se lo daba, ambos reían y aplaudían y cantaban.
Una mañana Mamá no vino a despertar a Bebé.
Bebé, que había visto a Mamá cansada los últimos días, no se preocupó. Esperó y esperó, con el chupete en la boca, tumbado en su cama, a que Mamá viniera.
Pero Mamá no llegó. 
Llegaron unos hombres vestidos de azul, unos hombres que hablaban a gritos y miraban con recelo a Bebé, que se asustó y no pudo evitar hacer de vientre en los pañales. Bebé lloró y lloró y lloró porque Mamá no venía. Lloró porque no conocía a aquellos hombres que se acercaban a él con reparo. Aquellos hombres que, desconcertados, miraban con repugnancia mal disimulada a aquel anciano desnudo, vestido únicamente con unos pañales, que despedía un hedor insoportable y lloriqueaba como un recién nacido, sosteniendo entre sus dedos temblorosos, artríticos, un ridículo chupete de color marfil.

No hay comentarios.: