jueves, 25 de septiembre de 2008

Orillas – Javier López


Un día las mareas empezaron a seguir una rutina diferente.
Se inundaban ciudades o el mar se retiraba kilómetros hacia adentro, desapareciendo las playas y las costas, provocando el hundimiento de la economía de aquellas poblaciones que siempre habían vivido del mar, sumergiendo en la tristeza a las personas cuya vida había transcurrido con la visión de una tranquila playa. Los pescadores dejaron de salir a hacer su faena, pues el agua en retirada los arrastraba mar adentro, y la marea alta arrojaba sus barcos contra los edificios. Pronto, las ciudades costeras fueron abandonadas. Ningún científico lograba dar una explicación, pese a constantes mediciones, análisis de las aguas, fotografías de satélites y toma de datos. En los programas de televisión era casi la única noticia. Los reporteros ya no se dedicaban a perseguir famosos, sino a pedir a la gente que contara sus experiencias o diera sus opiniones sobre lo que estaba ocurriendo. Un día (todos pudimos verlo) la entrevistadora acercó su micrófono a una niña de seis años, que supo dar la clave de lo que sucedía:
—Sí, es que la Tierra y la Luna enfermaron...

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